El oficio de Matutinos de Sábado Santo normalmente se celebra anticipadamente el día Viernes Santo en la Noche. Cuando llegan los fieles a la iglesia, se encuentra el epitafio aún en medio de la nave, en la simbólica tumba. Cada uno se acerca al ícono para venerarlo, expresando su amor por Cristo y su salvadora pasión y santa resurrección al tercer día, que concede la vida al mundo.
Se da comienzo al oficio de Matutinos en la forma habitual, con la entonación de “Dios el Señor…”, y el tropario “El Noble José…”, continuando con los siguientes dos troparios
Cuando descendiste a la Muerte, oh Vida Inmortal, aniquilaste el Infierno con el relámpago de Tu Divinidad. Y cuando levantaste a los muertos que estaban bajo la tierra, clamaron a Ti todos los poderes celestiales, oh Dador de Vida. Gloria a Tu Resurrección, oh Cristo. Gloria a Tu Dominio. Gloria a Tu Plan de Salvación, oh Único Amante de la Humanidad. El ángel que estaba junto al sepulcro dijo a las miróforas, la mirra es apto para los muertos, pero Cristo se ha mostrado libre de toda corrupción.
En lugar de la habitual lectura de los catismas, se cantan tres conjuntos de versículos que alaban al Señor Crucificado. Estos versos se conocen como Las Lamentaciones o Elogios Fúnebres, y son una sublime muestra de la poesía y teología bizantina. Algunos de sus textos, que se cantan reverentemente frente al sepulcro de Cristo, incluyen los siguientes :
Oh Cristo Vida, fuiste colocado en un sepulcro, y los ejércitos angelicales se maravillaron glorificando Tu condescendencia. Bajaste a la tierra para salvar a Adán, y no encontrándolo allí, oh Soberano, descendiste al Infierno a buscarlo. Los Serafines temblaron, oh Salvador al verte en la Alturas, inseparablemente uno con el Padre, y abajo en la tierra yaciendo muerto. Todas la generaciones ofrecen alabanzas a tu sepultura, oh Cristo. No te lamentes Madre porque ahora sufro, es para salvar a Adán y a Eva.
Todos estos versos, aunque cantan de la temible pasión de Cristo, al mismo tiempo reflejan siempre la certeza y alegría de la Resurrección. Los textos glorifican a Dios como “Vida y Resurrección”, y se maravillan ante su humilde condescendencia hasta la muerte.
En la persona de Jesucristo, se encuentra la perfecta unificación del amor perfecto del ser humano hacia Dios, y el amor perfecto de Dios hacia el ser humano. Es este amor divino-humano que se contempla y se alaba frente la tumba del Salvador.
El templo está iluminado con la luz, y el primer anuncio de las mujeres que llegaron a la tumba buscando el cuerpo de Cristo resuena en la congregación. “Al alba las miróforas llegaron al sepulcro a perfumar Tu cuerpo.” El sacerdote rocía a la congregación y el templo entero con agua de rosas, mientras se proclama este primer anuncio de la Buena Nueva de la salvación alcanzada por la Resurrección de Cristo.
Este es el día en que el Verbo de Dios “por quién todo fue hecho” (Juan 1,3) descansa como un hombre muerto en la tumba, por la salvación del mundo que Él ha creado y para la resurrección de los muertos.
Este es el sábado bendito en que Cristo duerme, mas se levantará de nuevo al tercer día. (Kontakion y Oikos del Sábado Santo)
Después de la entonación de algunos himnos de alabanza, el sacerdote nuevamente inciensa la tumba de Cristo, mientras el coro canta la Gran Doxología. Luego, al canto del Trisagion, todos los presentes, velas encendidas en mano, salen en procesión de la Iglesia. Cuatro miembros de la congregación llevan el Epitafio sobre la cabeza del sacerdote, quien lleva el libro de los Santos Evangelios en sus manos. La procesión va hasta el exterior del templo. Esta procesión da testimonio de la victoria total de Cristo sobre los poderes de la oscuridad y de la muerte. El universo entero es purificado, redimido y restaurado.
Mientras la procesión vuelve al templo, nuevamente se cantan los troparios del día, y se lee con gran solemnidad la profecía de Ezequiel acerca de los “huesos secos” de Israel:
Y vosotros sabréis que Yo soy el Señor, cuando abra tus tumbas, oh pueblo mío…. Yo pondré mi espíritu entre vosotros, y viviréis…” (Ezequiel 37,1-14)
Luego se cantan los versículos del salmo que llaman a Dios a levantarse, a elevar Sus manos y a dispersar Sus enemigos, en tanto que los justos exultarán (Salmo 67,2-4). Después se lee la epístola de San Pablo a los Corintios: “Cristo nuestro cordero pascual ha sido sacrificado.” (I Corintios 5,6-8). El oficio concluye con la lectura del Evangelio que relata cómo la tumba de Cristo fue sellada, y con las oraciones de intercesión y la bendición final habituales.
Estos oficios de Vísperas y Matutinos del Sábado Bendito, junto a la Divina Liturgia que se celebra a continuación (el Sábado Santo por la mañana), son en verdad una obra maestra de la tradición litúrgica bizantina. No son, de ninguna manera, la simple recreación dramática de la muerte y sepultura históricas de Cristo. Tampoco son una especie de reproducciones rituales de algunas escenas de los evangelios. Son, más bien, la más profunda penetración espiritual y litúrgica al significado eterno de los acontecimientos salvíficos de Cristo, contemplados y glorificados desde ya con total conocimiento de su significado y poder divinos.
La Iglesia no hace como si desconociera qué va a suceder con el Jesús crucificado. La Iglesia es perfectamente consciente que es el fruto que brota del costado herido de Cristo y de las profundidades de su tumba. Tampoco se lamenta inútilmente de Su crucifixión y Su muerte. A través de todos los oficios, se contempla y se proclama la victoria de Cristo y su Gloriosa Resurrección. Pues es únicamente a la luz de la victoriosa resurrección que el más profundo significado divino y eterno de los acontecimientos de la pasión y muerte de Cristo pueden ser verdaderamente comprendidos, adecuadamente apreciados, y correctamente glorificados y alabados.