La semana santa explicada

Jueves Santo • Viernes Santo • Sábado Santo • Domingo de Resurrección

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J U E V E S   S A N T O 

La vigilia del Gran Jueves Santo es exclusivamente dedicada a la Cena Pascual que Cristo compartió con sus doce apóstoles. El tema principal de este día es la Cena misma, en que Cristo exhortó que se comiera la Pascua de la Nueva Alianza en memoria de Él, de Su Cuerpo partido y de Su Sangre derramada para la remisión de los pecados. La traición de Judas y el lavado de los pies de los discípulos por Jesucristo también son centrales a la conmemoración litúrgica de este día.

Durante la vigilia del Gran Jueves Santo, se lee el relato acerca de la Ultima Cena tomado del Evangelio de San Lucas. En la Divina Liturgia, la lectura del Evangelio está compuesta por partes de los relatos de los cuatro evangelistas. Los otros himnos y lecturas del día también hacen referencia al mismo misterio central.

Cuando los gloriosos apóstoles eran iluminados mientras Jesús lavaba sus pies, el impío Judas fue oscurecido por el amor al dinero. Y a jueces inicuos Te entregó a Ti, oh Justo Juez. Mira, oh amante del dinero, al que por su causa se ahorcó con una cuerda. Huye del alma insaciable que se atrevió a tal extremo contra el Maestro. Oh Señor, que trata a todos con justicia, gloria a Ti. (Troparion del Jueves Santo)

Venid todos los creyentes, a participar en la invitación Real del Maestro, en la Mesa de la Inmortalidad, en el lugar alto, con las mentes elevadas, oh fieles, y comamos con regocijo, aprendiendo palabras sublimes del Verbo, a Quien le agradecemos. (Novena Oda del Canon de Matutinos)

El Jueves Santo se celebra la Divina Liturgia de San Basilio el Grande unida al oficio de vísperas. El largo evangelio de la Ultima Cena es leído después de las lecturas de Éxodo, Job, Isaías, y el capítulo once de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios. En lugar del Himno de los Querubines en el ofertorio de la Divina Liturgia (la Gran Entrada), se canta el siguiente himno, el cual también se canta durante y después de la Comunión.

Acéptame hoy, oh Hijo de Dios, como partícipe de Tu Mística Cena. Pues no revelaré yo tu misterio a tus enemigos, ni te daré un beso traidor, como Judas. Sino como el Buen Ladrón te digo, Acuérdate de mí, Señor, en Tu Reino.

La celebración litúrgica de la Cena del Señor, en el Jueves Santo, no es un mero recordatorio anual de la “institución” del sacramento de la Santa Comunión. De la misma manera, el acontecimiento de la Cena Pascual no era un acto de última hora por parte de Jesús para “instituir” el sacramento central de la Fe Cristiana antes de Su pasión y muerte. Al contrario, toda la misión de Cristo, e incluso el propio objetivo de la creación del mundo, es para que la criatura bien amada de Dios, hecha en Su propia Imagen y Semejanza, pudiera estar en la más íntima comunión con Él por toda la eternidad, comiendo y bebiendo en Su mesa, en la eternidad del Reino. Es eso lo que Cristo anuncia a sus apóstoles en la cena, y a todos aquellos que entienden sus palabras y creen en Él y en el Padre Quien lo ha enviado.

No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha complacido daros el Reino. (Lucas 12,32)

Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino…” (Lucas 22,28-30)

Por lo tanto podemos decir en verdad, que el Cuerpo partido y la Sangre derramada de que Cristo habló en Su Última Cena con los discípulos no fue meramente una anticipación de los acontecimientos históricos que venían. Sino, que lo contrario: todo cuanto había de venir – la cruz, la tumba, la resurrección al tercer día, la ascensión a los cielos – sucedió precisamente para que el ser humano pudiera entrar en comunión eterna con Dios.

Así la “Mística Cena del Hijo de Dios” que se celebra continuamente en la Divina Liturgia de los domingos y días de fiesta, es la esencia misma de lo que será la vida en el Reino de Dios por toda la eternidad.

“Bienaventurado el que coma pan en el Reino de Dios.” (Lucas 14,15)

“Bienaventurados los que son llamados al Banquete de las Bodas del Cordero.” (Apocalipsis 19,9)

V I E R N E S   S A N T O 

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Generalmente se celebra anticipadamente el oficio de Matutinos del Viernes Santo el día Jueves Santo en la noche. La principal característica de este oficio es la lectura de 12 textos seleccionados de los Santos Evangelios, todas las cuales son relatos de la pasión de Cristo. La primera de estas doce lecturas es Juan 13,31 al 18,1. Es el largo discurso de Jesucristo con sus discípulos finalizándose con su llamada “oración sacerdotal. La última lectura de las doce relata cómo sellaron la tumba de Cristo y colocaron una guardia. (Mateo 27, 62-66)

Se leen estas doce lecturas de los Evangelios acerca de la pasión de Cristo durante el oficio de Matutinos, con la entonación de distintos himnos y salmos entremedio. Toda la himnología está relacionada con el sufrimiento de Cristo y basada en gran parte en textos de los evangelios y en las escrituras y salmos proféticos. Después de la lectura del quinto evangelio, el sacerdote lleva la Cruz[5] en una solemne procesión alrededor del templo, mientras canta el himno:

“Hoy fue elevado sobre un madero Aquel que levantó la tierra sobre las aguas…”

Esta cruz es entonces colocada en medio del templo, adornada con una corona de flores y velas, para que los fieles la veneren. Es un momento de especial solemnidad, y la cruz permanece allí hasta la celebración de Vísperas anticipada el Viernes Santo en la mañana.

Después de la lectura del sexto evangelio, se canta las Bienaventuranzas (tomadas de Mateo 5), en que se da especial énfasis a la salvación otorgada al buen ladrón quien fue reconocido en el Reino de Cristo.

El día Viernes Santo en la mañana, se celebra las Horas Reales (Primera, Tercera, Sexta y Novena), en que se vuelven a leer los relatos de los Evangelios acerca de la pasión de Cristo, además de lecturas de profecías del Antiguo Testamento acerca de la redención del ser humano, y de las cartas de San Pablo acerca de salvación del ser humano por los sufrimientos de Cristo. Los salmos que se leen en esta oportunidad también son de carácter profético (por ejemplo, los Salmos 2, 5, 22, 109, 139, etc.)

No se celebra la Divina Liturgia en el Viernes Santo por la misma razón que se prohíbe la celebración eucarística en los días de ayuno eucarístico de la Gran Cuaresma. (ver explicación anterior)

 

S Á B A D O   S A N T O

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El día Sábado Santo en la iglesia recibe el nombre del Sábado Bendito, y el primer oficio de este día, que se celebra después de la lectura de las Horas o bien el Viernes Santo en la tarde, es el oficio de las Vísperas del Viernes Santo. Conmemora la sepultura de Cristo.

Antes del comienzo del oficio, se coloca un ícono pintado en tela sobre el altar, el cual representa el Cristo yaciente después de ser bajado de la cruz. Este icono se llama, en griego, el Epitafio.

Como es habitual, se inician las Vísperas con himnos acerca del sufrimiento y muerte de Cristo. Después de la Entrada con el Libro de los Evangelios y el himno Luz Radiante, se leen unas lecturas del libro de Éxodo, de Job y de Isaías (52,13-54,1). Luego se lee la Epístola tomada de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios. (I Corintios 1,18-31) El prokimenon y los versículos del Aleluya son de carácter profético:

Repartieron mis vestiduras entre ellos, y sobre mi túnica echaron suertes. (Salmo 21,18)

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Salmo 21,1)

Me han echado en lo profundo de la fosa, en las tinieblas, en los abismos (Salmo 87,7)

Luego se da lectura al Evangelio, con una selección tomada de los cuatro evangelios con los relatos de la crucifixión y sepultura de Cristo. Durante la lectura del Evangelio y al llegar al relato en que José de Arimatea baja de la cruz el cuerpo de Jesús, el sacerdote toma la cruz, que ha estado en medio del templo desde la noche anterior, la envuelve en una sábana blanca y la retira, siendo llevada hasta el santuario, detrás del altar, lugar en que permanece (cubierta siempre por la sábana blanca) hasta la fiesta de la Ascensión del Señor.

Después de más himnos que glorifican la muerte de Cristo, mientras el coro canta el cántico de Simeón, el sacerdote, revestido de ornamentos de color oscuro, inciensa el Epitafio, que todavía se encuentra sobre la mesa del altar. Luego, después del Padre Nuestro, mientras se canta el tropario del día, el sacerdote camina alrededor del altar llevando el epitafio sobre su cabeza, sale del santuario en procesión solemne y lo coloca en una mesa con forma de sepulcro que ha sido colocada en la nave del templo y decorada con flores, simbolizando el sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo. El epitafio es reverentemente puesto allí para la veneración de los fieles. Durante estos momentos el coro canta:

El Noble José, habiendo bajado Tu Cuerpo purísimo desde el Madero, lo ungió con aromas, y lo envolvió

en un lino fino, y lo depositó en sepulcro nuevo. (Tropario de Jueves Santo)

El oficio de Matutinos de Sábado Santo normalmente se celebra anticipadamente el día Viernes Santo en la Noche. Cuando llegan los fieles a la iglesia, se encuentra el epitafio aún en medio de la nave, en la simbólica tumba. Cada uno se acerca al ícono para venerarlo, expresando su amor por Cristo y su salvadora pasión y santa resurrección al tercer día, que concede la vida al mundo.

Se da comienzo al oficio de Matutinos en la forma habitual, con la entonación de “Dios el Señor…”, y el tropario “El Noble José…”, continuando con los siguientes dos troparios:

Cuando descendiste a la Muerte, oh Vida Inmortal, aniquilaste el Infierno con el relámpago de Tu Divinidad. Y cuando levantaste a los muertos que estaban bajo la tierra, clamaron a Ti todos los poderes celestiales, oh Dador de Vida. Gloria a Tu Resurrección, oh Cristo. Gloria a Tu Dominio. Gloria

a Tu Plan de Salvación, oh Único Amante de la Humanidad.

El ángel que estaba junto al sepulcro dijo a las miróforas, la mirra es apto para los muertos, pero Cristo se ha mostrado libre de toda corrupción.

En lugar de la habitual lectura de los catismas, se cantan tres conjuntos de versículos que alaban al Señor Crucificado. Estos versos se conocen como Las Lamentaciones o Elogios Fúnebres, y son una sublime muestra de la poesía y teología bizantina. Algunos de sus textos, que se cantan reverentemente frente al sepulcro de Cristo, incluyen los siguientes :

Oh Cristo Vida, fuiste colocado en un sepulcro, y los ejércitos angelicales se maravillaron glorificando Tu condescendencia.

Bajaste a la tierra para salvar a Adán, y no encontrándolo allí, oh Soberano, descendiste al Infierno a buscarlo.

Los Serafines temblaron, oh Salvador al verte en la Alturas, inseparablemente uno con el Padre, y abajo en la tierra yaciendo muerto.

Todas la generaciones ofrecen alabanzas a tu sepultura, oh Cristo.

No te lamentes Madre porque ahora sufro, es para salvar a Adán y a Eva.

Todos estos versos, aunque cantan de la temible pasión de Cristo, al mismo tiempo reflejan siempre la certeza y alegría de la Resurrección. Los textos glorifican a Dios como “Vida y Resurrección”, y se maravillan ante su humilde condescendencia hasta la muerte.

En la persona de Jesucristo, se encuentra la perfecta unificación del amor perfecto del ser humano hacia Dios, y el amor perfecto de Dios hacia el ser humano. Es este amor divino-humano que se contempla y se alaba frente la tumba del Salvador.

El templo está iluminado con la luz de las velas sostenidas en manos de los fieles, y el primer anuncio de las mujeres que llegaron a la tumba buscando el cuerpo de Cristo resuena en la congregación. “Al alba las miróforas llegaron al sepulcro a perfumar Tu cuerpo.” El sacerdote rocía a la congregación y el templo entero con agua de rosas, mientras se proclama este primer anuncio de la Buena Nueva de la salvación alcanzada por la Resurrección de Cristo.

Los himnos del Canon de Matutinos siguen alabando la victoria de Cristo sobre la muerte mediante su propia muerte, y utilizan a cada uno de los cánticos del Antiguo Testamento como una imagen prefigurativa de la salvación del ser humano mediante Cristo. Aquí, se expresa por primera vez el sentido de este sábado — en particular, este sábado en el cual Cristo yacía muerto e inánime — es el más bendito séptimo día que jamás haya existido. Este es el día en que Cristo descansa de toda su obra de la re-creación del mundo. Este es el día en que el Verbo de Dios “por quién todo fue hecho” (Juan 1,3) descansa como un hombre muerto en la tumba, por la salvación del mundo que Él ha creado y para la resurrección de los muertos.

Este es el sábado bendito en que Cristo duerme, mas se levantará de nuevo al tercer día. (Kontakion y Oikos del Sábado Santo)

Nuevamente, el Canon se concluye proclamando la victoria de Cristo:

No llores por mí, oh Madre, viendo en la tumba, al Hijo a quien diste a luz de modo maravilloso. Pues me levantaré y seré glorificado, y en mi gloria divina yo exaltaré eternamente a todos los fieles que con fe y amor te glorifiquen. (Novena Oda del Canon.)

Después de la entonación de algunos himnos de alabanza, el sacerdote nuevamente inciensa la tumba de Cristo, mientras el coro canta la Gran Doxología. Luego, al canto del Trisagion, todos los presentes, velas encendidas en mano, salen en procesión de la Iglesia. Cuatro miembros de la congregación llevan el Epitafio sobre la cabeza del sacerdote, quien lleva el libro de los Santos Evangelios en sus manos. La procesión va hasta el exterior del templo. Esta procesión da testimonio de la victoria total de Cristo sobre los poderes de la oscuridad y de la muerte. El universo entero es purificado, redimido y restaurado.

Mientras la procesión vuelve al templo, nuevamente se cantan los troparios del día, y se lee con gran solemnidad la profecía de Ezequiel acerca de los “huesos secos” de Israel:

Y vosotros sabréis que Yo soy el Señor, cuando abra tus tumbas, oh pueblo mío…. Yo pondré mi espíritu entre vosotros, y viviréis…” (Ezequiel 37,1-14)

Luego se cantan los versículos del salmo que llaman a Dios a levantarse, a elevar Sus manos y a dispersar Sus enemigos, en tanto que los justos exultarán (Salmo 67,2-4). Después se lee la epístola de San Pablo a los Corintios: “Cristo nuestro cordero pascual ha sido sacrificado.” (I Corintios 5,6-8). El oficio concluye con la lectura del Evangelio que relata cómo la tumba de Cristo fue sellada, y con las oraciones de intercesión y la bendición final habituales.

Estos oficios de Vísperas y Matutinos del Sábado Bendito, junto a la Divina Liturgia que se celebra a continuación (el Sábado Santo por la mañana), son en verdad una obra maestra de la tradición litúrgica ortodoxa. No son, de ninguna manera, la simple recreación dramática de la muerte y sepultura históricas de Cristo. Tampoco son una especie de reproducciones rituales de algunas escenas de los evangelios. Son, mas bien, la más profunda penetración espiritual y litúrgica al significado eterno de los acontecimientos salvíficos de Cristo, contemplados y glorificados desde ya con total conocimiento de su significado y poder divinos.

La Iglesia no hace como si desconociera qué va a suceder con el Jesús crucificado. La Iglesia es perfectamente consciente que es el fruto que brota del costado herido de Cristo y de las profundidades de su tumba. Tampoco se lamenta inútilmente de Su crucifixión y Su muerte. A través de todos los oficios, se contempla y se proclama la victoria de Cristo y su Gloriosa Resurrección. Pues es únicamente a la luz de la victoriosa resurrección que el más profundo significado divino y eterno de los acontecimientos de la pasión y muerte de Cristo pueden ser verdaderamente comprendidos, adecuadamente apreciados, y correctamente glorificados y alabados.

En la mañana del Gran Sábado Santo, se celebra las Vísperas unidas a la Divina Liturgia de San Basilio el Grande Este oficio ya pertenece al domingo de Pascua. Comienza como de costumbre con el salmo 103, la letanía de la paz, el Lucernario y las stijiras, y la entrada con el Evangeliario y la entonación del himno vespertino “Radiante Luz”.

Después de la entrada con el libro de los Santos Evangelios, se leen quince lecturas del Antiguo Testamento[7], todas relacionadas con la obra creadora y salvífica que ha sido recapitulada y cumplida en la venida del Mesías. Además de las lecturas de Génesis acerca de la creación, y las de Éxodo acerca de la pascua – éxodo de los israelitas, se leen pasajes seleccionados de Isaías, Ezequiel, Jeremías, Daniel, Zefanías, y Jonás, además de Josué y Reyes. También se cantan el Cántico de Moisés y el de los Tres Jóvenes que se encuentran en el libro de Daniel.

Después de estas lecturas del Antiguo Testamento, el sacerdote entona la habitual exclamación litúrgica para el Trisagion (Santo Dios), pero en su lugar se can el verso bautismal de la Carta a los Gálatas: Vosotros que en Cristo os bautizasteis, de Cristo os revestisteis. Aleluya. (Gálatas 3,27)

Como siempre en la Divina Liturgia, sigue en este momento la lectura de la epístola. Se lee la epístola que normalmente se lee durante el oficio del bautismo en la Iglesia Ortodoxa. (Romanos 6,3-11) “Porque si fuimos sepultados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.” (Romanos 6,5)

Después de la lectura de esta epístola, el sacerdote abre las Puertas Reales (que permanecían cerradas durante la lectura) y canta, junto a la congregación, los versos del Salmo 81: “Levántate oh Dios, y juzga la tierra. Porque Tú heredas todas las naciones.” Durante la repetida entonación de este versículo y otros versos que lo acompañan, el sacerdote pasa por todo el templo, esparciendo hojas de laurel (o bien pétalos de flores), tanto en el santuario como la nave, e incluso hasta las afueras del templo. Esta acción es también simbólica de la gozosa victoria eterna de Cristo Nuestro Dios y Salvador sobre la muerte.

Después de este alegre anuncio, el sacerdote lee el Evangelio prescrito para el día, tomado de San Mateo (28,1-20), anunciando la victoria triunfal de Cristo sobre la muerte y sus palabras de envío a los apóstoles: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” Este mismo texto es el que se lee en la ceremonia del sacramento del bautismo.

Prosigue el resto de la Divina Liturgia, resplandeciente con el tema del triunfo de Cristo. El siguiente himno reemplaza el Himno de los Querubines en el Ofertorio:

“Que toda carne guarde silencio en temor y temblor, que aleje de sí todo pensamiento terrestre, pues el Rey de Reyes, y el Señor de Señores avanza para ser inmolado y darse en alimento a los fieles. Los coros angélicos lo preceden con todos lo principados, las virtudes, los querubines de innumerables ojos, y los serafines de seis alas, que se cubren el rostro y cantan, Aleluya, aleluya, aleluya!

En lugar del himno a la Theotokos después de la consagración de los dones eucarísticos (Verdaderamente es digno bendecirte, oh Madre de Dios), se canta la Megalinaria de la Liturgia de San Basilio (Toda la creación se regocija en Ti, oh Llena de Gracia), o bien, la novena oda del canon de Matutinos, “No lamentes por mí, oh Madre mía, pues yo me levantaré…” El himno de la comunión es tomado del salmo 77: “El Señor se levantó como el que duerme y resucitó para salvarnos. ¡Aleluya!”

Se cumple la Divina Liturgia con la comunión con Aquel que yace muerto en cuerpo humano pero que es eternamente entronizado con Dios Padre; Aquel que, como Creador y Vida del Mundo, destruye la muerte con Su Muerte Vivificadora. Su tumba es, en verdad, fuente de nuestra resurrección.

Originalmente, esta Liturgia era la liturgia bautismal pascual de los cristianos. Hasta el día de hoy lo tenemos en herencia como la experiencia anual de cada cristiano de su propia muerte y resurrección junto al Señor.

“Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte ya no enseñorea más de él.” (Romanos 6,8-9)

Aunque Cristo yace muerte, Él en verdad está vivo. Está en la tumba, pero ya está “pisoteando la muerte con la muerte, y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros.” No queda nada más por hacer, excepto vivir la espera hasta el atardecer del Sábado Bendito en que Cristo duerme, esperando la medianoche cuando el Día de Nuestro Señor comenzará a brillar sobre nosotros, y la noche llena de luz vendrá cuando proclamamos junto al ángel, “Ha resucitado; no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron.” (Marcos 16,6)

 

D O M I N G O   D E   R E S U R R E C C I Ó N

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LA PASCUA SANTA Y GLORIOSA

Un poco antes de la medianoche en el Gran Sábado Bendito, se celebra el oficio de Nocturno. El celebrante se acerca a la tumba[8] , y toma de allí el Epitafio para llevarlo hasta la mesa del altar donde permanecerá durante 40 días, hasta la fiesta de la Ascensión de Cristo a los cielos.

Llegada la medianoche, se da comienzo a la procesión pascual. El templo se encuentra oscuro, sin la luz de ni siquiera una vela. El Obispo, o bien el celebrante principal, quien ahora sostiene una vela encendida en sus manos, llama a los fieles desde las Puertas Reales del Iconostasio cantando:

“Adelante, tomad la luz de la Luz Eterna. Venid, y glorificad a Cristo resucitando de entre los muertos.”

Mientras los fieles repiten el himno, todos se acercan a esta primera luz a encender también sus velas. Entonces se sale del templo en procesión, llevando las velas, la cruz y los querubines. El celebrante lleva el Evangeliario, y se va cantando el siguiente himno:

Tu Resurrección, oh Cristo Salvador, los ángeles en el cielo alaban. Haznos dignos a nosotros de glorificarte con corazones puros.

La procesión recorre alrededor de la iglesia, hasta que todos lleguen a las puertas principales del templo, que se encuentran cerradas. Esta procesión de los cristianos en la noche de Pascua de Resurrección recuerda las primeras procesiones bautismales, desde la oscuridad y muerte de este mundo hasta la luz y vida del Reino de Dios. Es la procesión de la Pascua Santa, el pasar desde la muerte a la vida, de la tierra al cielo, desde este siglo al siglo venidero que es eterno.

Delante de las puertas cerradas del templo, se anuncia la resurrección de Cristo. Se lee el pasaje del Evangelio que habla del descubrimiento de la tumba vacía (Marcos 16,1-8). Después el celebrante proclama la bendición a la “Trinidad Santa, Consustancial, Vivificadora e Indivisible.” A continuación y por primera vez, se canta el tropario de la Pascua de Resurrección, junto a los versos del Salmo 67, que dará comienzo a todos los oficios de la iglesia durante la semana pascual.

Levántese Dios, sean dispersados sus enemigos; que los que le odien huyen de él

Cristo resucitó de entre los muertos, pisoteando la muerte con la muerte, y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros. (Troparion)

Este es el día que hizo el Señor; Regocijémonos y alegrémonos en él.

Luego los fieles penetran al templo, y prosigue el resto del oficio de Matutinos Pascuales, el cual es completamente cantado. El Canon de la resurrección de Cristo, atribuido a San Juan de Damasco, es entonado, con el tropario de la fiesta cantado repetidamente como coro. El templo está decorado de flores y luz, y los ornamentos son del color claro y brillante de la Resurrección. El ícono de la Resurrección de Cristo está en medio del templo, mostrando a Cristo que destruye las puertas del infierno y rescata a Adán y Eva del cautiverio de la muerte.[9] Es la imagen del Vencedor “pisoteando la muerte con la muerte.” Los cánticos son continuos, y el celebrante inciensa a los fieles y a los íconos una y otra vez, siempre proclamando: ¡Cristo resucitó! Y los fieles responden con regocijo, ¡En verdad resucitó!

Hoy es el día de la Resurrección! ¡Resplandezcamos con alegría, oh naciones! Porque la Pascua es la Pascua del Señor. Porque Cristo Nuestro Dios nos hecho pasar de la muerte a la vida, y de la tierra al cielo. Nosotros que le cantamos el cántico de victoria

y de triunfo: Cristo ha resucitado de entre los muertos! (1° Oda del Canon de Matutinos)

Después del canon, se cantan las Alabanzas y los versos de la pascua, y al final de Matutinos, también se celebran las Horas de la Pascua. En general, en los oficios de la Pascua de Resurrección, no se lee ninguna parte del oficio; todo es cantado a las melodías jubilosas de la fiesta.

De inmediato sigue la Divina Liturgia Pascual, comenzando primero con el cántico del tropario de la Fiesta y los versos del Salmo 67. Versículos especiales tomados de los salmos también componen las antífonas de la Liturgia, mediante los cuales los fieles glorifican y alaban la salvación de Dios.

Se canta una y otra vez el Tropario de la Resurrección: ¡Cristo resucitó de entre los muertos! El texto bautismal tomado de la carta de San Pablo a los Gálatas nuevamente reemplaza el Trisagion. La lectura de la Epístola es tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles (1,1-9). La lectura del Evangelio es del Evangelio de San Juan, 1,1-17. La proclamación de la Palabra de Dios lleva a los fieles hasta el principio, anunciando la creación y la re-creación del mundo mediante el Verbo Vivo de Dios, Su Hijo Jesucristo.

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. …Todas las cosas por él fueron hechas … En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad. … Y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre. …

De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. (Juan 1,1-17)

La Divina Liturgia se corona en la santa comunión con el Cordero Pascual, en Su Mesa de banquete en el Reino de Dios. Repetidamente se entona el tropario de la fiesta de la Resurrección mientras los fieles participan de Aquel “que estuvo muerto y revivió” (Apocalipsis 2,8).

Como homilía, en la Divina Liturgia Pascual, se lee el célebre Sermón Pascual de San Juan Crisóstomo. Este sermón, que interpreta la Parábola de los obreros de la viña, y particularmente de los que llegaron a la undécima hora (Mateo 20,1-16), invita a todos a olvidar sus pecados y a participar de todo corazón en la fiesta de la Resurrección. Nos invita a todos a la mesa de Cristo a fin de compartir el Cordero Pascual.

En la Iglesia Ortodoxa, se refiere a la Resurrección como la Pascua, lo que quiere decir Pasar o Pasaje. Es la Pascua de la Alianza Nueva y Eterna predicha por los profetas de antaño. Es el pasar de la muerte a la vida, de la tierra al cielo. Es el Día del Señor, proclamado por los santos profetas de Dios, “el día que hizo el Señor,” para juzgar la creación entera, el día de su victoria final y eterna. Es el Día del Reino de Dios, el día en que “no habrá allí más noche” pues “el Cordero es su lámpara.” (Apocalipsis 21,22-25)

La celebración de la Pascua en la Iglesia Ortodoxa no es una representación dramática de la primera mañana pascual. El oficio no se celebra al amanecer, ya que los Matutinos Pascuales junto a la Divina Liturgia son celebrados en las primeras horas nocturnas del primer día de la semana, con el propósito de dar a los seres humanos la experiencia de la “nueva creación” del mundo, y permitirles entrar místicamente a la Jerusalén Celestial que resplandece eternamente con la gloriosa luz de Cristo, venciendo la noche perpetua del mal y destruyendo la oscuridad de este mundo mortal y lleno de pecado:

Resplandece, resplandece, Nueva Jerusalén. Pues la gloria del Señor ha brillado sobre ti. Alborózate ahora y alégrate Sión. Oh Purísima Madre de Dios, regocíjate por la Resurrección de Tu Hijo.

Este es uno de los principales himnos de la Pascua de Resurrección en la Iglesia Ortodoxa. Se inspira en el libro del Profeta Isaías y en los últimos capítulos del Apocalipsis, pues es en la Santa Noche de la Pascua de Resurrección que se celebra, se realiza y se experimenta el misterio de la Nueva Creación, de la Nueva Jerusalén Celeste, la Ciudad Celestial, el Reino de Dios, el Día del Señor, las Bodas del Cordero con su Esposa.

El Domingo de la Pascua de Resurrección en la tarde, se celebra el oficio de vísperas. Es una celebración especial, que se comienza en las afueras del templo. Los celebrantes junto a los fieles, caminan en procesión hasta el templo, llevando el icono de la Resurrección. En este oficio se lee el Evangelio de San Juan (20,19-24), que relata la primera aparición de Jesucristo resucitado a sus discípulos aquel mismo día de Pascua. Según la tradición antioqueña, este Evangelio se lee en todos los idiomas posibles, de modo que se anuncie la Buena Nueva de la Resurrección del Señor a todos los pueblos.